domingo, 1 de mayo de 2011

Despedida.

Aquí termina este diario. Y recordando un poema del afamado escritor español Federico García Lorca, hago mías sus palabras.



Despedida.



Si muero,
dejad el balcón abierto.


El niño come naranjas.
(Desde mi balcón lo veo).

El segador siega el trigo.
(Desde mi balcón lo siento).

¡Si muero,
dejad el balcón abierto!


(Federico Garcia Lorca)





Día Vigesimoctavo

Pasé la noche más larga de todas las que podía recordar, estuve repasando todo lo que escribí y conté de nuevo los días. Veintiocho días aquí, sin poder salir, sin saber cómo fallecí. Hasta ayer mis sentimientos eran casi planos, no sentía dolor, ni alegría, ni placer. Tan solo sentí esa sensación extraña que me provocaron las palabras de Sofía y que me hicieron sentir vivo por un momento.

Sin embargo esta noche la pasé con cierta ansiedad y nerviosismo. La intriga me desesperaba. Sofía sabía cómo fallecí y me lo contó. Me lo dijo, pero no le oí. El walkie que tanto bien me hizo se quedó sin batería en el peor momento posible.

Ahora sé que ella piensa que me fui, que cumplió su misión al igual que lo hizo con Margaret. Pero sigo aquí, sigo aquí.

·         Sigo aquí – dije con mi voz apagada, mirando por la ventana.

Sofía, acompañada de su padre y sus hijos salieron de casa pronto y se fueron a caminar. Volví a gritar con todas mis fuerzas, pero fue inútil. Nadie me oía. Llamé a Juan, saqué el brazo para que pudiera verme,…. Pero todo fue en vano, se fueron.

Me invadió una enorme soledad, un doloroso miedo, que me volvía loco. Di golpes con mis puños en las paredes, patadas, grité como si de mi tuviera que sacar al mismísimo demonio, hasta que increíblemente me cansé. En todo este tiempo no me sentí agotado, ni tuve sueño, ni hambre… ni sed.
  
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Estoy exhausto del esfuerzo, hoy no esperaré a la noche para escribir todo lo que ocurrió durante el día, preferí hacerlo ahora.

Me he acercado a la ventana para que me diera el sol y el aire fresco de la mañana. He visto algo en la ventana de Sofía. Hay algo pegado en su cristal. Es un papel. Hay algo escrito y me dispongo a leerlo …..










-- Fin --

Día Vigesimoséptimo

Esta mañana, al salir el sol, descubrí que Pedro estaba en el porche de su casa sentado, cabizbajo. Seguía triste. Su mujer, salía de vez en cuando a verle, pero cada vez se acercaba menos a él, hasta llegar a mirarlo desde detrás del cristal del salón.

Oí sonar su teléfono, lo cogió de inmediato levantándose de un salto y mientras escuchaba iba caminando lentamente por el jardín hasta llegar a la verja que lo separaba de la calle. Su esposa salió al rato y se acercó a él. De sus caras resaltaban los ojos abiertos como si de una noticia estuvieran pendientes.

Pedro, sin apenas haber hablado colgó el teléfono y abrazándose a su mujer rompieron a llorar. Y así estuvieron unos minutos. Luego entraron en su casa. Pedro parecía más descansado.

Al llegar el mediodía llegó un coche de la policía. De él bajaron dos agentes y después vi salir al hijo mayor de la familia. En ese momento Pedro y Daniela salieron casi corriendo hacia él y en un abrazo se dijeron mucho, se intercambiaron perdones y “te quieros”. Y todos sin palabras.

Adiviné que el hijo mayor se había escapado de casa tras la bronca de su padre. Aquella en la que Pedro le dio un fuerte tortazo. La policía, sin mediar palabra, se metió en su coche y desaparecieron calle abajo.

Mientras tanto, los hijos cuarentones de la casa Beige, donde vivía la vieja mujer, iban sacando sus cosas en maletas grandes y las iban introduciendo en sus respectivos coches. Seguían balbuceando improperios contra su madre, mientras que ella los observaba desde el balcón de su habitación. Su cara, que apenas mostraba expresión, dejaba entrever cierta satisfacción por lo que estaba ocurriendo.

Sofía había vuelto a pasar la noche sin su marido. No se la veía preocupada asi que supuse que se habían hablado desde que se fue. Sus hijos salieron al jardín con su abuelo que había pasado la noche con ellos.

El Sol brillaba con mucha intensidad esta mañana y a pesar de no ser verano la temperatura permitía a la gente ir en manga corta. Deduzco que es primavera.

Bonita época para salir de viaje.

Por la tarde llegó Juan, el marido de Sofía. En la casa seguían estando ella, sus hijos y su padre. Estaban sentados frente al televisor cuando Juan entró en la casa, los niños fueron a saludarle mientras que Sofía y su padre siguieron sentados sin inmutarse siquiera de su llegada.


En toda la tarde no se dijeron nada, Sofía parecía ignorarle, Juan subió a la habitación y estuvo allí trabajando con su ordenador hasta que anocheció. Entonces, mientras todos cenaban, Sofía subió a la habitación, cerró la puerta y acercándose a Juan empezaron una nueva bronca. Él se mantenía en su silla, como si quisiera ignorarla ahora él, pero Sofía sacaba todo su carácter, sus gritos llegaban hasta mí, aunque no pude entender lo que decían.

En un momento dado, Juan se levantó, se puso frente a ella y cogiéndola de los brazos le empezó a hablar con lágrimas en los ojos.

En ese momento Sofía rompió a llorar.

·         No!!, no!!!, no!! – gritaba 

Se despegó de Juan y dándole la espalda le dijo algo que hizo que Juan empezara a recoger las cosas, sin prisa, pero sin pausa. Ella se acercó a su ventanal y se quedó mirando hacia mí todo el tiempo que usó Juan en hacer una maleta y salir por la puerta.

Bajó al salón de la casa y tras abrazar a sus hijos fuertemente salió al jardín dirigiéndose al coche. Desde allí se quedó unos segundos mirando hacia mi casa. Luego hizo lo mismo dándose la vuelta y mirando a Sofía que seguía inmóvil frente al ventanal. Se metió en el coche y se fue.

Me invadía la curiosidad. Cogí el walkie y empecé a llamarla.

·         Sofía,… ¿me oyes?... ¿Sofía? – decía insistentemente.

Ella seguía impasible a mis llamadas, mirando hacia mí pero con la vista perdida. Empecé hacerle señas sacando el brazo por la ventana y lo seguí haciendo hasta que recordé que… ella no podía verme.

Volví a meter el brazo dentro y sacando la cabeza grité, grité muy fuerte, pero nadie me oyó.

Pasaron los minutos y Sofía, que se había pasado todo ese rato inmóvil giró la cabeza hacia un lado y como si hubiera localizado algo se fue acercando lentamente hasta tu objetivo.

·         Jorge. – su voz fue como una aliento de aire fresco para mí y rápidamente respondí
·         Sofía!!, dime,
·         Jorge – repitió ella.
·         Dime, dime!! – insistí con más ímpetu.
·         Sé como falleciste – su voz parecía irse apagando lentamente.
·         Dímelo Sofía, dímelo.


Ya no escuchaba nada por ese altavoz, Ella mirando hacia mí y hablando por el walkie mientras las lagrimas iban cayendo de sus ojos. Pero yo no oí nada. Me quedé sin batería.



sábado, 30 de abril de 2011

Día Vigesimosexto

Me pasé la noche mirando la habitación de Sofía. La pasó sola. Se había quedado dormida con el walkie en la mano, agotada. Se pasó, parte de la noche, hablando ella todo el rato, mientras yo intentaba empatizar con ella.

Mi misión era irme, no podía quedarme, por mucho que ella lo necesitase. Pienso que cuando algo es imposible lo mejor es pasar página. Empezar de nuevo si es necesario, pero vivir en el pasado… jamás.

·         Sofía.- dije en voz baja, La quería despertar, pero sin asustarla.

Había pasado a noche sola en casa, se durmió sentada en el suelo, apoyada a la cama mirando hacia mí.

·         Sofía. – insistí.  Ella despertó y acercándose el walkie a la boca respondió.
·         Dime Jorge... No recuerdo cómo me quedé dormida.- mientras se frotaba los ojos y adecentaba el pelo.
·         El Sr. Lorenzo mató a su mujer. Debes liberarla.
·         Ya, ya me lo contaste, pero… - La interrumpí.
·         Escríbelo en una hoja, con letras grandes, que pueda leerlo y se lo enseñas desde la calle. Debe leerlo, debe recordar.
·         ¿Pero qué le digo?, yo no sé nada de lo que pasó, ni siquiera puedo verla, no sé dónde… - la interrumpí nuevamente.
·         Eso da igual. Ponte lo más cerca posible del ventanal del dormitorio de arriba. Escríbele que murió por dos disparos de unos sicarios, abajo, en la sala comedor y lo planeó su marido. Dile también que lo hizo para estar con otra mujer.

Sofía se levantó del suelo, se acercó a una mesa de la habitación y cogiendo folio tras folio escribió con un rotulador todo lo que le había dicho. Al terminar recogió todas las hojas y bajó las escaleras a la planta baja, salió por la puerta y se situó frente a la casa de su vecino.

Enseñó una a una las hojas que había escrito mientras que Margaret leía con atención indicando levemente con una de sus manos cuándo debía Sofía cambiar de hoja. Sin embargo Sofía no podía verla así que supongo que fue girando las hojas calculando el tiempo que tardaría Margaret en leerlas.

Tras la última hoja Margaret miró hacia mí y con una sonrisa, que irradiaba verdadera felicidad, despareció.

Sofía también se giró hacia mí, y a pesar de tampoco poder verme, sonrió como si supiera que todo había ido bien.

Como poseído por la rabia, vi como salía el Sr. Lorenzo de la casa y se acercaba rápidamente hacia Sofía, en actitud amenazante, mientras ella seguía mirando hacia mí. Le grité e hice señas pero fue en vano. No podía verme.

El Sr. Lorenzo le dio un fuerte empujón al llegar a ella cayendo ésta al suelo esparciendo todos los papeles por la calle.

·         No sabes nada!!! – gritó – Nada… nada. – y se volvió hacia su casa cerrando con un portazo.

Sofía se levantó, algo asustada, y sin recoger las hojas que se habían caído al suelo, volvió a su casa, subió a la habitación y cogió el walkie.

·         Me llevé un buen susto,…¿Funcionó?
·         Si. – le dije sonriendo. – Ahora sé de quien sacó la valentía tu hijo.
·         ¿La liberé? – su alegría contrastaba con la tristeza de la noche anterior.
·         Si… Gracias Sofía…. Lo lograste. – mi satisfacción era evidente.

Hubo un largo silencio por parte de ambos. Ella miraba hacia mí y a pesar de no poder verme yo habría jurado que sí lo hacía.

·         Me duele que te tengas que ir, pero te quiero, te amo y quiero que seas libre... – dijo ya con voz tranquila. - …pero yo no sé cómo moriste, no sé cómo puedo ayudarte.
·         Eso ya lo veremos. Pero dime, ¿sabes algo de Edu y Fritz?
·         Ah, sí – gritó emocionada – Ayer seguí a fritz en su coche. Se dirigió al centro, y entró en el edificio Mahner, luego entré yo y pregunté al conserje, al principio no quiso colaborar pero al contarle los planes de Fritz llamó a Edu, éste le dio instrucciones y le pasó conmigo.
·         Fuiste muy lista, pero también tuviste mucha suerte.
·         Le conté todo, absolutamente todo, mientras que el conserje llamaba a la policía.
·         Y que pasó, cuenta, cuenta. – la impaciencia me consumía.
·         Cuando Edu colgó estaba llegando la policía. El conserje les dio las señas y subió con ellos a los despachos. No sé cuánto tiempo pasó pero Edu llegó en un taxi, entró en el edificio y sin saludarme siquiera subió corriendo por las escaleras.
·         Estuvo aquí ayer, y me dejó de piedra. Me dio las gracias.- dije yo.
·         Hicimos algo bueno, ¿verdad? – comentó.
·         Si, Sofía, lo hicimos.


Dejó el walkie sobre la cama del dormitorio y bajó las escaleras. Los niños habían llegado acompañados por un hombre mayor, de cierta edad. Pensé que era el padre de ella por el saludo que se dieron.

Los  niños saludaron efusivamente a la madre y entraron todos en la casa.

Observé el parque, recordando a Antonio, mirando los niños correr. Había llegado ya la tarde y todo me parecía más bonito entonces.



Día Vigesimoquinto


Estuve toda la noche solo en la casa, a media mañana recordé que la noche anterior había apagado el walkie y lo encendí de nuevo para hablar con Sofía, pero no contestaba a mis llamadas y preferí esperar a que fuera ella la que se pusiera en contacto conmigo.

Me fije en Margaret. Nos miramos el uno al otro desde nuestras respectivas ventanas. Ella seguía inmóvil y con la palma de una de sus manos puesta en el cristal. La saludé y al rato me correspondió con la otra mano.

Pedro y su mujer salieron en su coche. Estos días no fueron a trabajar, ni sus hijos al instituto.

Poco a poco llegó la tarde y oí como alguien entraba en la casa. Dejó las llaves sobre una mesa, soltó algo pesado en el suelo y subió sin prisas las escaleras. Al rato reconocí a Edu. Tenía la cara triste, parecía agotado. Al principio pensé que el viaje fue largo y cansado. Edu solía viajar mucho según pude oír en alguna de sus conversaciones con Fritz. Miré por la cerradura y vi a Edu de pié apoyado en la barandilla de la escalera, cabizbajo.

·         A veces… - dijo hablando solo - …uno descubre que las palabras de Einstein eran ciertas cuando dijo que “tendremos el destino que no hayamos merecido.”  

Me dio la sensación que había descubierto por si solo que Fritz ya le había robado, quizás llegó a su oficina y descubrió la trama una vez consumada.

·         Jamás he creído en el destino. Siempre había pensado que el destino lo hace cada uno con sus manos y sus actitudes ante la vida. – Hizo un silencio y continuó diciendo - Pero hoy tengo dudas, dudas de que realmente no pueda ser feliz, dudas de que jamás encuentre a alguien que me quiera de verdad.- Seguía sin levantar la mirada del suelo.

Su tristeza era evidente, y pensé que hasta su locura también lo era. Pero supongo que mucha gente habla sola, incluso yo, aquí dentro.

·         Hasta hoy me resistía a pensar que eso existía, pensaba que todo era un truco, ilusiones que alimentan la esperanza. Incluso cuando me lo explicó pensé que era una broma, luego, ante su insistencia quise pensar que había micrófonos ocultos. Pero ahora… ahora quiero pensar que sí hay alguien.

Levantó la vista, miró hacia la puerta de mi habitación y terminó:

·         Gracias Jorge.

Fue tal mi sorpresa que al intentar incorporarme tropecé conmigo mismo y caí hacia atrás. Me encontraba en el suelo, con la puerta a mis pies. En ese momento pude oír cómo bajaba las escaleras, recogió de nuevo sus llaves y cerró la puerta al salir. Me incorporé y vi cómo se alejaba andando por la calle, estaba nublado y parecía más tarde de lo que era.

Cuando llegó Sofia a su casa, al anochecer, Juan se encontraba ya dentro. Sus hijos no estaban en casa, o yo, al menos, no los vi.

Sofía comenzó a discutir con su marido de nuevo. Hubo gritos, reproches y ruido, mucho ruido, de sillas, de portazos… Juan, harto de la bronca salió de casa y se marchó en su coche. Sofía subió a la habitación.

·         Jorge. – Sofía lloraba tímidamente.
·         Hola Sofía,… ¿por qué os peleáis tanto?
·         Eso no importa ahora. – hizo un silencio. – Quiero divorciarme. Lo quise cuando me enamoré de ti… y ahora más que nunca, te sigo amando. Me cuesta admitir lo que está pasando. Para mí y para cualquiera esto es increíble. Tú estás muerto y yo estoy hablando contigo. Seguramente, si esto le pasara a otra persona, pensaría que está loca…
·         Sofía, no estás loca. Yo no puedo darte mayor explicación que la que me han dado a mí. Yo solo sé que estoy muerto, que estoy encerrado en un espacio indefinido que no se corresponde con tu realidad. Sin embargo podemos hablar entre nosotros… y yo creo que eso ya es bueno.
·         Quiero que vuelvas, a mí solo me quedan mis hijos, mi vida no es la misma desde que te conocí. ¿por qué te fuiste? – y rompió a llorar sin mesura.
·         Jo no me fui, sigo aquí. Las personas mueren y pierden toda memoria de su pasado. Si, sé hablar y por el mero hecho que nos estemos entendiendo en este idioma sé que no soy de otro país. Sé que en otros países se hablan otras lenguas,…. Pero no sé cómo lo sé.
·         Entonces, ¿es cierto que no me recuerdas? –

Me hizo una pregunta que no podía responder con claridad. No la recordaba como persona, ni mucho menos como amante. Sin embargo, algo de ella me recorría por dentro. Cuando lloraba me sentía apenado y sus palabras me entraban como si fueran mías.

·         No Sofía, no te recuerdo, a pesar de que siento algo por ti. – y esta vez no mentí. – pero necesito que me ayudes. Yo quizás no vuelva a la vida, no sé nada a partir de aquí, pero si realmente nos amamos como dices quiero que me des la oportunidad de salir de aquí, te pido que me ayudes a encontrar la libertad.
·         Sabes que lo haré… pero… si no te fuiste… y estás muerto… es que moriste aquí.
·         Antonio, el de la farola, murió allí y hasta que no le dije cómo había fallecido no pudo irse.
·         ¿Antonio? … ¿Quién es Antonio? – preguntó extrañada
·         Antonio era el operario que murió electrocutado en la farola del parque.
·         Murió hace dos meses o más – dijo saliendo al balcón de su habitación.
·         Si, lo sé. Y gracias a Juan, tu hijo, pudo saber cómo había sucedido, y entonces…
·         ¿Mi hijo? – Gritó - ¿Mi hijo también lo veía?
·         Tu hijo es muy valiente, de él fue la idea de los walkies, se arriesgó para traerme otro walkie recargado y …
·         Sí, mi hijo es muy valiente… y listo!! – una sonrisa de madre orgullos iluminó parte de sus labios

Pasamos parte de la noche hablando, ella me contó cómo nos conocimos y cómo era su vida con su marido. Me habló de los planes que habíamos hecho y lo que nos excitaba ocultando nuestro amor, sobre todo viviendo uno frente al otro.

Parecía que recordando esos momentos empezaba a sentirse mejor, necesitaba sacarlo, hablar conmigo le desahogaba de la pena contenida. Me contaba lo mal que le trataba su marido, era celoso y autoritario. Había momentos buenos en su relación pero ya hacía tiempo que se había perdido la pasión y… la estima. Eran los hijos los que le ligaban aun a él. Y que Jorge, o sea yo, fue su válvula de escape. Su amor verdadero.



viernes, 29 de abril de 2011

Día Vigesimocuarto

El sol salió precioso iluminando mi cara acompañado de una brisa fresca. Margaret seguía en su habitación, mirando por la ventana. En la casa de al lado estaba Pedro en su jardín, también se le veía triste. Estaba sentado en el césped con la mirada perdida en el suelo. Su mujer se unió a él más tarde, se sentó a su lado y dejaron pasar el tiempo como si no hubiera nada más que hacer.

En el otro extremo, la vieja mujer seguía recriminando a sus hijos entre gritos lo holgazanes que eran y les advertía que lo que sacara de la casa lo donaría a beneficencia que es donde acabarían de seguir así.

Me daba cierta gracia verlos, víctimas de una mala educación y de su propia desidia ante la vida. 40 años y seguían dependiendo de su madre ya anciana. Al menos, aunque tarde, ella espabiló y dijo basta.

Edu no durmió en casa esta noche pasada y Fritz se levantó pronto, parecía nervioso o quizás más bien impaciente por algo. No paraba de moverse de un lado al otro de la casa y siempre llevaba consigo el teléfono móvil como si de una llamada dependiera.

·         ¿Jorge? – se oyó tímidamente por el altavoz del walkie.
·         Dime!! – yo no lo había soltado en toda la noche. Miré por la ventana y vi a Sofía. Estaba en el balcón de su habitación, vestida con ropa de deporte.
·         ¿Cómo pasaste la noche? … no te dije nada porque estaba mi marido – aclaró
·         ¿Le temes? – pregunté
·         ¿Termerle?... ¿Por qué dices eso?
·         Por nada, la verdad – dejé correr mis sospechas de momento, quería centrarme en Margaret pero antes había que desenmascarar a Fritz. – Sofía, voy a contarte algo y necesito que me ayudes.
·         Dime amor … perdón – se rectificó inmediatamente.

Esas palabras me provocaron una sensación dolorosa a la par que placentera. Mi pecho se quedó sin respiración y por un segundo me sentí sudar.

·         Fritz está planeando estafar a su pareja, Edu. Le van a robar algo muy valioso que está en su oficina, debes avisar a Edu.
·         No conozco a esta gente de nada, no sé ni dónde encontrarlo. – dijo con cierta impotencia.
·         Entonces habla con Fritz, dile que sabes lo que están planeando, quizás con eso cancele sus intenciones y ganemos tiempo para explicárselo a Edu. –
·         ¿Pero de qué hablas?... no entiendo nada!! – se bloqueó.

Entonces hubo un silencio, yo necesitaba pensar y ella comprender.

·         Simplemente dile que alguien ha avisado a la policía de sus intenciones, no sé, pero haz algo!! – algo me decía que el tiempo corría demasiado deprisa.

Sofía, walkie en mano, bajó a la calle, la cruzó y llamó al timbre de mi casa, la de Fritz y Edu.

Fritz no tardó nada en abrir la puerta y Sofía, sin pensárselo dijo:


·         No me preguntes cómo lo sé, pero lo que piensas hacer no lo hagas.
·         ¿Cómo? – Fritz puso cara de incredulidad y continuó - ¿se puede saber de que estás hablando?

Interrumpí a Sofia antes de que metiera la pata tomando partido en el asunto de una manera directa. Me aproveché de que Sofia seguía con el walkie en la mano.

·         Sabemos que vas a robar el dinero que Edu tiene en su despacho. Sabemos lo del viaje

Fritz cambió la cara inmediatamente, como si hubiera visto un fantasma. Sofia puso la misma cara, estaba inmóvil en la acera de la calle y miró por un instante hacia mí. A lo que fritz se metió en casa de un portazo.

·         Vete!!... vete ahora y metete en casa!! – ordené a Sofia. Ella se giró y como si de fuego escapase corrió hacia su casa y se encerró dentro.

Mientras tanto Fritz empezó a llamar a quienes iban a perpetrar ese robo para avisarles de lo que había ocurrido. Quería pararlo todo pero parecía que sus interlocutores no estaban por la labor. Ellos querían seguir con el plan y Fritz cada vez se ponía más nervioso.

·         Sofia – dije por el walkie
·         Dime – contestó algo alterada. – estoy asustada.
·         Tú no hiciste nada malo, sino todo lo contrario. Lo que pasa es que quizás no haya servido de nada.
·         ¿A qué te refieres? – preguntó con voz suave.
·         Ahora no puedo perder tiempo contándotelo. Debes localizar a Edu como sea y avisarle que esta noche robaran en su oficina, y sobre todo dile que lo ha maquinado su novio.
·         Te he dicho que no sé nada de ellos – gritó
·         Hazlo!!.. por mi, por el amor que nos teníamos, y que aun te tengo. –

Mentí, mentí totalmente, me aproveché de ella y el estomago me dio un vuelco, lo sentí retorcerse mientras intentaba sacar partido a su “Dime amor” que antes me soltó.

Hubo un silencio, un largo silencio y al final dijo:

·         Está bien, lo haré. – dijo llorando.

Anocheció, Fritz se fue en su coche. Apagué el walkie para ahorrar batería y volví a mi rincón.


jueves, 28 de abril de 2011

Día Vigesimotercero

Hoy Edu se fue pronto y Fritz iba de parte a parte de la casa, primero con ropa, luego con algunos objetos. Estaba preparando una maleta, ¿un viaje?

A media mañana llamaron a la puerta de la casa Juan y su madre, Julia. Fritz abrió la puerta y empezaron a hablar los dos adultos, mientras tanto Juan, aprovechando la ocasión, subió al primer piso y entró en donde, en teoría, estoy yo.

·         Jorge – Dijo con voz baja.
·         Dime Juan, ¿qué haces aquí?, ¿no deberías estar en el cole?
·         Te he traído un walkie cargado. – no me respondió a mis preguntas pero tampoco era tan importante así que no hice más preguntas.
·         Gracias, echo de menos hablar con alguien.

Juan dejó, como la otra vez, el walkie en la ventana de la habitación y yo lo recogí dejando el otro.

·         Oye Juan, dile a tu madre lo siguiente. Dile que su vecina no se fue con nadie, está en su casa atrapada como yo. Debéis hacerle llegar a ella que su marido encargó que la asesinaran y que unos hombres se deshicieron del cuerpo. Asi la liberaremos.

Oí como subían Fritz y Julia a lo que Juan seguía conmigo. Hablaban de cómo adquirieron la casa, de cuando se conocieron Edu y Fritz y de varias cosas más. En un momento dado Julia le pidió ir al baño mientras que fritz siguió haciendo las maletas. Parecía tener mucha prisa.
 
·         Jorge, ¿es verdad que estás aquí? – dijo con voz temblorosa tras cerrar la puerta del baño.

Ahora tenía a Julia y a Juan conmigo en la habitación. Seguía sin poder verlos pero sus voces parecían venir de las paredes. Aunque la respuesta era muy fácil en realidad no sabía que decir.

·         Sí, estoy aquí, pero no puedo veros ahora…. – a lo que Juan interrumpió
·         Mamá, está aquí pero él no puede vernos. – hubo un ligero silencio. Juan en un intento por demostrar lo que decía dijo - Jorge, pon el walkie sobre la ventana

Y así lo hice. A sus ojos el walkie a pareció de la nada provocando una gran sorpresa en Julia.

·         Por Dios!!! – espetó.
·         Ya te lo dije mamá, ¿lo ves? … él no se fue – insistía Juan, con cierta alteración.

Oía levemente como Julia lloraba, aunque lo intentaba disimular haciendo un esfuerzo:

·         Yo creí que me habías dejado, mi marido me dijo que vio como te ibas.
·         Yo no me fui, está claro – redundé en la conclusión.
·         Dice Jorge que no se fue  - repitió Juan
·         Yo no he oído nada – Su madre no podía oírme como sí lo hacía Juan.
·         Dile a tu mamá que no recuerdo nada desde que estoy aquí. No sé ni … - Juan volvió a interrumpirme.
·         Dice que no recuerda nada.
·         Dile que no sé ni siquiera si soy Jorge – y recogí el walkie de la ventana
·         Dice Jorge que no sabe si es Jorge – repetía

Unos ligeros golpes rompieron nuestra conversación. Era Fritz que parecía impaciente.

·         ¿Todo bien? – preguntó Fritz
·         Si, si.. ya salimos – Contestó Julia.

Salieron y dando las gracias bajaron con Fritz, despidiéndose en la puerta. Fritz terminó de preparar la maleta y la metió luego en su coche.

En cuanto llegaron a su casa, Julia y Juan me llamaron.

·         ¿Jorge? – era Julia, con voz suave.
·         Dime Julia. – contesté
·         ¿Julia?.... ¿Quién es Julia? – contestó ella.

No me acordaba que esos nombres, salvo los de Fritz, Edu y por supuesto Juan, me los inventé yo.

·         Me llamo Sofía. – hicimos un nuevo silencio. En mi caso, intentando recordar ese nombre en ella, pero nuevamente fue en vano.
·         Lo siento Sofía, no recuerdo … no te recuerdo – y de nuevo otro silencio algo más largo.
·         ¿Desde cuándo estás ahí? – preguntó.
·         Pues desde hace unas dos semanas. No puedo irme de aquí..
·         ¿Por qué?
·         Porque no recuerdo nada… y para irme debo recordar cómo fue mi muerte.

Julia, bueno, Sofía me habló de quién era Jorge, del amor que se tenían. A pesar de estar casada con Luis, bueno, Juan (padre) se enamoró de Jorge, el anterior dueño de esta casa donde me encuentro.

Me contó que llevaban un año como amantes y que ella pensaba dejar a Juan (padre) para irse con Jorge a no sé dónde… y empezar una nueva vida.

Me habló de Juan (padre), de su carácter, de su agresividad y poco cariño. Sin previo aviso cortó su historia de repente con:

·         Me gustaría poder ayudarte – dijo Sofía.
·         Y yo que lo hagas – respondí sinceramente. - podrías empezar por tu vecina a la que yo llamo María.
·         Abandonó al Sr. Lorenzo hace unos días – se apresuró. – y se llama,… se llamaba Margaret, es inglesa, era. –  se rectifió.
·         No, Sofía, no se fue. Su marido contrató a unos hombres que la asesinaron de dos tiros en su propia casa. Ahora ella está atrapada como yo, sin saber lo que ocurrió porque tampoco recuerda nada.
·         Y tú… ¿cómo lo sabes?
·         Vi dos fuertes brillos que al principio creí que se trataban de unos flashes de fotos, luego vi salir a 3 hombres que se llevaron algo grande. Desde entonces está en la ventana de su habitación mirando a la calle. Triste.
·         Su marido nos dijo que le había abandonado – comentó – No creo que la policía me crea si se lo cuento.
·         A mí no me interesa que su marido pague por ello, quizás algún día se encuentre atrapado como yo lo estoy ahora o lo está su mujer. Lo que quiero es que le hagas saber a ella cómo murió. Cuéntaselo.
·         Lo haré.
·         Ahora!! – ordené con voz firme

Hubo un silencio y tras unos segundos vi como salía por la puerta de su casa en dirección a la de su vecino… llamó a la puerta, pero allí solamente estaba Margaret, sin poder salir de su habitación.

Julia volvió a la suya pero ya no me habló por el walkie. Su  marido había llegado del trabajo.

María… Margaret, seguía con cara triste mirando por la ventana. Estaba sola en casa, su marido no pasó la noche ahí.

Y así me volví a mi rincón, con el walkie entre mis manos, esperando una voz.